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jueves, enero 31, 2013

Johann Whilhelm Baur. Apolo y Jacinto, *edición impresa en Nuremberg en 1703

* Johann Whilhelm Baur (1600-1640) diseñó 151 ilustraciones para las Metamorfosis de Ovidio. Aparecieron por primera vez en Viena en torno al año 1639 y se volvieron a reeditar con fidelidad a los originales en varias ocasiones.

Apolo y Jacinto

Peter Paul Rubens. Apolo y Jacinto, 1636-1637

Jacinto
Las Metamorfosis
Libro X
Ovidio

«A ti también, Amiclida, te hubiese puesto en el éter Febo,        
triste, si espacio para ponerte tus hados te hubiesen dado;        
lo que se puede, eterno aun así eres, y cuantas veces rechaza        
la primavera el invierno, y al Pez acuoso el Carnero sucede,      165   
tú tantas veces naces, y verdes en el césped las flores.        
A ti el genitor mío ante todos te amó y, del mundo        
en su centro, abandonada careció de su soberano Delfos,        
mientras tal dios el Eurotas y no fortificada frecuenta        
a Esparta. Y ni las cítaras, ni están en su honor las saetas:      170   
olvidado él aun de sí mismo, no las redes llevar rehúsa,        
no haber sujetado a los perros, no por las crestas del monte inicuo        
ir de comitiva y, con tal larga costumbre, alimenta él sus llamas.        
Y ya casi central el Titán, de la sucesiva y de la pasada        
noche, estaba, y en espacio parejo distaba de ambos puntos.      175   
Sus cuerpos de ropa aligeran y con el jugo del pingüe olivo        
resplandecen y del ancho disco inician las competiciones,        
el cual, primero balanceado, Febo lo envía a las aéreas auras        
y desgarró con su peso, a él opuestas, las nubes.        
Recayó sólida tras largo tiempo en la tierra      180   
su peso, y había exhibido él su arte, unido con sus fuerzas.        
En seguida, imprudente, y movido por la pasión del juego,        
a coger el Tenárida su círculo se apresuraba, mas a él,        
dura, devuelto el golpe de su herida, lo lanzó la tierra        
contra el rostro, Jacinto, tuyo. Palideció, e igualmente      185   
que el muchacho el mismo dios, y colapsados recogió tus miembros,        
y ya te reanima, ya tristes tus heridas seca,        
ahora tu aliento, que huye, sostiene aplicándole sus hierbas.        
Nada aprovechan su artes; era inmedicable herida.        
Como si alguien sus violas o la rígida adormidera en un huerto      190   
y los lirios quebrara, de sus rubias lenguas erizados,        
que marchitas bajaran súbitamente su cabeza ajada ellas,        
y no se sostuvieran y miraran con su cúspide la tierra;        
así su rostro muriendo yace y traicionando su vigor        
su mismo cuello para él un peso es, y sobre su hombro se recuesta.      195   
«Te derrumbas, Ebálida, en tu primera juventud defraudado»,        
Febo dice, «y veo yo -mis culpas- la herida tuya».        
Tú eres mi dolor y el crimen mío; mi diestra en tu muerte        
ha de ser inscrita. Yo soy de tu funeral el autor.        
Cuál mi culpa, aun así, salvo si al haber jugado llamársele      200   
culpa puede, salvo si culpa puede, también a haberte amado, llamarse.        
Y ojalá contigo morir y por ti mi vida rendir posible        
fuera. De lo cual, puesto que por una fatal condición se nos retiene,        
siempre estarás conmigo y, memorativa, prendido estarás en mi boca.        
Tú de mi lira, tocada por mi mano, tú de las canciones nuestras serás el sonido      205   
y, flor nueva, en tu escrito imitarás los gemidos nuestros.        
Y el tiempo aquél llegará en que a sí mismo un valerosísimo héroe        
se añade a esta flor, y en su misma hoja se lea».        
Tales cosas, mientras las menciona la verdadera boca de Apolo,        
he aquí que el crúor que derramada por el suelo había señalado las hierbas,      210   
deja de ser crúor, y más nítida que de Tiro la ostra,        
una flor surge y la forma toma de los lirios, si no        
purpurino el color suyo, mas argentino, en ellos.        
No bastante es tal para Febo -pues él había sido el autor de tal honor-:        
él mismo sus gemidos en las hojas inscribe y «ai ai»      215   
la flor tiene inscrito, y esa funesta letra trazada fue.        
Y no de haberle engendrado se avergüenza Esparta, a Jacinto, y su honor        
perdura hasta esta generación, y, para celebrarse al uso de los antiguos,        
anuales vuelven las Jacintias, con su antepuesta procesión.

Peter Paul Rubens. Apolo y Jacinto, 1636-1638

Giambattista Tiepolo. La muerte de Jacinto, 1752-1753

Jean Broc. La muerte de Jacinto, 1801

Mérry-Joseph Blondel. La muerte de Jacinto, 1810

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