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jueves, agosto 05, 2010


Desde muy pequeña he tenido afición por las manualidades; he hecho muchas labores en lana, hilo y combinando el hilo con tela.
Siempre he pensado que es mi yoga personal, el método que tengo para llegar a niveles de relajación altísimos.
Cuando se llega ahí uno se siente muy bien y el mundo parece que sea más bello.

Una de las cosas buenas de acometer labores grandes es la doma de la impaciencia. La paciencia es el pilar base para conseguir un trabajo rayando lo perfecto; no importa el tiempo empleado, cada punto debe de estar hecho con toda la atención y no puede quedar uno solo mal.
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He tenido que soltar en alguna ocasión labores,,, por un punto mal hecho. No es que se notara mucho, pero mis ojos siempre iban a ellos y me era imposible ver la globalidad de la labor; tan sólo cobraba importancia ese punto discordante.

Nunca me ha importado soltar y volver atrás a veces hasta dos meses de trabajo. Tras el monumental disgusto y rabieta comienzo a soltar rápidamente. En esos momentos mi relación con la labor es intensa y alguna que otra ha acabado golpeada contra la pared después de reparado el error garrafal.
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Durante un tiempo no vuelvo a la labor hasta que nuevamente la necesidad de la paz que consigo a través de la creación me llama poderosamente. 
Siempre retomo la labor con amor, con ganas y con paciencia...
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Sé que cada punto hecho bien es un paso sin retorno... Ese intento de alcanzar la perfección me retiene en el momento, concentrada, aislada de todo; sólo están los hilos, la tela, mi ganchillo y agujas, mis manos y la quietud de mi alma.

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