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lunes, octubre 15, 2012

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Artista del mes...

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Remedios Varo y Uranga
Anglès, Gerona 1908 - Ciudad de México 1963

Arquitectura vegetal, 1926

Mujer sedente, 1950

Música solar, 1955

Revelación o El relojero, 1955

A la felicidad de las damas, 1956

Armonía, 1956

Cazadora de astros, 1956

Las hojas muertas, 1956

Tres destinos, 1956

Vuelo mágico, 1956

Caminos tortuosos, 1957

Modista, 1957

La despedida, 1958

La discreción, 1958

La visita inesperada, 1958

Apártalos que voy de paso, 1959

Encuentro, 1959

Encuentro, 1959

Presencia inquietante, 1959

Ascensión al monte análogo, 1960

Bordando el manto terrestre, 1961

Banqueros en acción, 1962

Fenómeno, 1962

Los amantes, 1963


domingo, octubre 14, 2012


REMEDIOS PARA LO IRREMEDIABLE
Fernando Savater
Filósofo y escritor

“¿Hay necesidad, realmente, de esos intelectuales teóricos y críticos, de esa gente que sólo quiere hacer lo que le gusta, no decir más que lo que sienten y piensan, mientras que los otros ‘venden su alma’ y hacen justicia a las ‘necesidades objetivas’?¿De esos hombres que tienen ‘la enfermedad del hombre’ y la enfermedad del mundo, y quieren revelar a los demás la totalidad de sus necesidades insatisfechas y quizás objetivamente imposibles de satisfacer?¿De esos fastidiosos que quieren ser ‘la conciencia de su tiempo’ y que, por eso, son peligrosos e inútiles para todos, incluido para ellos mismos?¿Los que ofrecen aquello que nadie pide, con la esperanza de que la oferta creará la necesidad? 
¿Los que cumplen un mandato que nadie les encargó?”.

(André Gorz, El traidor)

Las épocas de crisis, tanto más si son de proporciones cercanas a lo catastrófico, favorecen la aparición de predicadores y profetas. Qué digo favorecen: ¡los exigen! Maltratados, atemorizados y empobrecidos, la mayoría de los ciudadanos se sienten como esos pacientes a los que se diagnostica una enfermedad reputada casi incurable y que renuncian a los cuidados de la medicina oficial para entregarse a curanderos, herboristas y chamanes, cuando no vuelven fervorosamente a la fe desatendida y solicitan del párroco una penitencia que les redima al menos, si no puede hacerles recuperar la salud. En el fondo, no queremos comprender,sino salvarnos. Los meandros de la razón siempre circulan entre errores cometidos, esfuerzos a realizar, dudas y exigencias dolorosas. Nada inmediato, nada compensatorio: cuando la razón señala culpables, siempre leemos nuestro nombre entre ellos porque se empeña en tratarnos como agentes y no meros pacientes de los males generales. Preferimos entonces la voz del nigromante que nos declara víctimas inocentes de las fuerzas oscuras, arrastrados o empujados con engaños a un abismo preparado por otros para nuestra perdición y del que sólo puede rescatarnos alguna intervención mesiánica, que nos devuelva la fe o al menos nos facilite la venganza…

En estos momentos de crisis, en los que todas las propuestas de remedio parecen tardías o ineficaces, la tentación retórica es proclamar que vivimos en lo irremediable y que por tanto hay que abandonar todo lo construido para empezar de nuevo. Los políticos son un fraude, los mercados son un fraude aún mayor, el parlamento es una cueva de bribones y vendidos, la democracia es un entramado de cortapisas legales para proteger los intereses de los poderosos, etc. Es el momento de romper la baraja, puesto que ya no nos llegan las cartas favorables sin las que la partida pierde para la mayoría su aliciente. Por lo visto, lo que hacía
apetecible el sistema democrático no era la posibilidad de sabernos ciudadanos, sino la confianza en creernos beneficiarios. Pero ahora los beneficios que se daban por garantizados y que por tanto se valoraban mediocremente, como trámites automáticos de protección y abundancia, están seriamente comprometidos por unos recursos desaparecidos en la corrupción y los abusos: sin ellos, la ciudadanía se ofrece muy escarpada, como una suma de obligaciones de participación en lo común, de estudio de las complejidades de la producción pervertida por la especulación y la demagogia, de vigilancia de unas instituciones a las que nadie prestaba atención mientras podían ser ordeñadas sin límite, etc. De modo que es preferible dejar de ser ciudadanos y convertirnos colectivamente en pueblo, porque el pueblo ya no necesita análisis, sino nobles sentimientos: el pueblo engañado, ofendido, maltratado, pero instintivamente justiciero, que habla con una sola voz y no se traba con zarandajas legales para recobrar lo que le es debido, caiga quien caiga y lo que caiga.

Las denuncias populares, que siempre encuentran portavoces esclarecidos pretendiendo no hablar en nombre de grupos o partidos, sino de la colectividad damnificada pero recta, suelen apuntar a males de índole más moral que política. Por ejemplo, el dinero y el afán de lucro. Sin embargo, el dinero es precisamente lo que necesitamos para mantener los beneficios tan estimados de protección social y para posibilitar proyectos de futuro de los particulares y de las empresas. Cuando es empleado socialmente, el dinero es un elemento revolucionario o al menos innovador: los que propugnan las posibilidades subversivas y antiautoritarias de las redes sociales, basadas todas ellas en el despliegue universal de carísimas y también muy rentables tecnologías, difícilmente pueden argumentar contra ese instrumento de intercambio comercial insuperable. La sobriedad ascética y renunciativa puede tener aspectos admirables, pero entre ellos no figura el desarrollo de las industrias, ni de las comunicaciones, ni de las bellas artes, ni del conocimiento científico, ni de la seguridad social. Precisamente porque el dinero es socialmente preciso y precioso nos subleva que sea estafado por especuladores y malgastado por corruptos. En cuanto al afán de riquezas, lo condenable no es su exceso, sino su estreñimiento a la simple acumulación crematística: la mera ambición de ganar por ganar (seguida de gastar por gastar) y no el disfrute de lo ganado en los deleites de la sociabilidad, en la belleza de la fiesta compartida, en las aventuras de sentimientos e ideales que nos conviertan en fábricas y no en colosales pero rutinarios almacenes.

Volver al pueblo y al populismo sólo sirve –en el mejor de los casos– para desahogar frustraciones y –en el peor– para buscar chivos expiatorios. Pero los remedios para lo que parece a corto plazo irremediable no pueden venir más que de la paciencia activa del ejercicio ciudadano. Y para formar e instruir a los ciudadanos son poco eficaces las arengas o los somatenes: es preciso volver a la educación, no como mera vocación familiar, sino como institucionalización de una preocupación pública. Uno de los tópicos populistas más escuchados reza así: ¿qué mundo queremos dejar a nuestros hijos? Pero probablemente, como señala Pascal Bruckner(1), la pregunta verdaderamente adecuada y relevante sea más bien la inversa: ¿cómo queremos que sean nuestros hijos, ésos que tendrán que afrontar el mundo imperfecto y problemático de mañana? Porque nuestra capacidad de influir en el mundo es limitada, incluso en el más optimista de los casos, por la concurrencia de tantos otros factores, mientras que orientar la formación de nuestros hijos –es decir, de los niños y adolescentes de quienes tenemos responsabilidad– es algo más a nuestro alcance y que además entra en el campo directo de nuestras obligaciones.

1. Pascal Bruckner, “Comment traverser la crise?”, Philosophie Magazine, nº 61.

No repetiré aquí las ideas sobre educación que ya he expuesto en otros lugares: prefiero abusar de la memoria del lector que de su paciencia. Resumiré mi impresión general diciendo que el vicio de la educación en España durante las tres últimas décadas es haber fomentado la formación no de ciudadanos responsables, sino de acendrados burgueses. Por supuesto, no empleo este término estrictamente en el sentido marxista (no siempre peyorativo, por cierto) ni mucho menos en el tardorromántico que lo utiliza para descalificar a quienes optan por el filisteismo comercial frente a la bohemia artística. Algo retengo de ambos usos, desde
luego, pero a lo que me refiero sobre todo es a la definición que ofrece el pensador colombiano Nicolás Gómez Dávila: “burguesía es todo conjunto de individuos inconformes con lo que tienen y satisfechos con lo que son”. Pues bien, la educación en nuestro país durante los años recientes ha tenido como efecto una desmesurada fabricación de burgueses de este tipo, que son precisamente lo opuesto a los jóvenes de la transición a la democracia, quienes no deploraban tanto su falta de acceso a posesiones como su déficit de entidad cívica y política.
No es casualidad que hoy la cultura de la transición sea tan alegremente descalificada por algunos que afortunadamente no llegaron a tiempo para estropearla en su día…

A mi entender, uno de los motivos de este aburguesamiento educativo es la puesta de la escuela al servicio de una interpretación balcanizante y neocaciquil de las autonomías. Lo que se imaginó como una descentralización que agilizaría la gestión regional y consolidaría el efectivo pluralismo del país se ha convertido en la multiplicación contrapuesta de miniestatismos que abogan por la diversidad hacia afuera y el monolitismo hacia adentro. Cada administración autogobernada convierte en agravio los beneficios de que las demás disfrutan y a ellas parecen faltarles, pero sobre todo lo que se les exige dar al conjunto o no se les
retribuye suficientemente por el Estado. Ello se acompaña de una mitificación de las señas de identidad regionales, realistas o ilusorias, que fomentan la vanidad de lo que distingue del vecino, pero desprecian lo que vincula al conjunto nacional: todos somos felizmente únicos e inconfundibles, pero a todos se nos trata desdichadamente peor… La reivindicación no esencialista, sino meramente sensata, de una unidad sin la cual cualquier país encuentra graves obstáculos para prosperar y –en época de crisis– incluso para sobrevivir, es tachada como una imposición totalitaria o cedida al activismo declamatorio de la derecha más recalcitrante.
Elementos fundamentales de vertebración y promoción laboral extralocal, como la lengua común (que resulta ser además, en el caso del español, una de las más habladas del mundo y cuyo respeto no excluye el de las otras lenguas oficiales), son menospreciados educativamente, con la cínica complicidad de intelectuales no nacionalistas que se encogen de hombros para no crearse problemas y fustigan a quien los denuncia. Hasta cuando los excesos de gasto, corruptelas y duplicación insostenible de funciones semejantes han sido puestos en evidencia por los apremios de una economía en números rojos, hay cráneos privilegiados que siguen alertando con más trémolo contra los peligros de recentralización que contra la bancarrota…

Ciertamente no es fácil regenerar esta perversión de la perspectiva en educación. Y aún más cuando encuentra refuerzo en diversas modalidades nunca abiertamente reconocidas del “gratis total” en producciones culturales que las nuevas facilidades de internet propician y que los demagogos que no quieren perder el sufragio juvenil aceptan y hasta alientan: se considera la propiedad intelectual un derecho obsoleto frente al de disfrutar sin trabas de un mundo tecnológico que no debe tener controles ni cortapisas porque pertenece “naturalmente” a una nueva generación de usurpadores legitimados por su fecha de nacimiento…

Combatir estas corruptelas es complicado, porque exige la audacia de contrariar a los jóvenes, que es el primer requisito para poder educarles. Y también porque impone replantearse muchas ideas e instituciones, nacidas con la mejor intención, pero muy desviadas de su sentido originario. A veces progresar supone desandar caminos erróneos, no acelerar por ellos con la vana esperanza de que desemboquen en algún paraíso inesperado…

jueves, octubre 11, 2012


Suave es la bella como si música y madera,
ágata, telas, trigo, duraznos transparentes,
hubieran erigido la fugitiva estatua.
Hacia la ola dirige su contraria frescura.
El mar moja bruñidos pies copiados
a la forma recién trabajada en la arena
y es ahora su fuego femenino de rosa
una sola burbuja que el sol y el mar combaten.
Ay, que nada te toque sino la sal del frío!
Que ni el amor destruya la primavera intacta.
Hermosa, reverbero de la indeleble espuma,
deja que tus caderas impongan en el agua
una medida nueva de cisne o de nenúfar
y navegue tu estatua por el cristal eterno.

Soneto X
Pablo Neruda

miércoles, octubre 10, 2012

Tiziano. Perseo y Andrómeda, 1554-1556

Perseo y Andrómeda

Giorgio Vasari. Perseo y Andrómeda, 1570-1572

Las metamorfosis
Libro IV. Perseo y Andrómeda
Ovidio

Había encerrado el Hipótada en su eterna cárcel a los vientos        
e, invitador a los quehaceres, clarísimo en el alto cielo,        
el Lucero había surgido: con sus alas retomadas ata él   
por ambas partes sus pies y de su arma arponada se ciñe        
y el fluente aire, movidos sus talares, hiende.        
Gentes innumerables alrededor y debajo había dejado:        
de los etíopes los pueblos y los campos cefeos divisa.        
Allí, sin ella merecerlo, expiar los castigos de la lengua
de su madre a Andrómeda, injusto, había ordenado Amón;        
a la cual, una vez que a unos duros arrecifes atados sus brazos        
la vio el Abantíada -si no porque una leve brisa le había movido        
los cabellos, y de tibio llanto manaban sus luces,        
de mármol una obra la habría considerado-, contrae sin él saber unos fuegos   
y se queda suspendido y, arrebatado por la imagen de la vista hermosura,        
casi de agitar se olvidó en el aire sus plumas. 
       
Cuando estuvo de pie: «Oh», dijo, «mujer no digna, de estas cadenas,        
sino de esas con las que entre sí se unen los deseosos amantes,        
revélame, que te lo pregunto, el nombre de tu tierra y el tuyo   
y por qué ataduras llevas». Primero calla ella y no se atreve        
a dirigirse a un hombre, una virgen, y con sus manos su modesto        
rostro habría tapado si no atada hubiera estado;        
sus luces, lo que pudo, de lágrimas llenó brotadas.        
Al que ás veces la instaba, para que delitos suyos confesar   
no pareciera que ella no quería, el nombre de su tierra y el suyo,        
y cuánta fuera la arrogancia de la materna hermosura        
revela, y todavía no recordadas todas las cosas, la onda        
resonó, y llegando un monstruo por el inmenso ponto        
se eleva sobre él y ancha superficie bajo su pecho ocupa.   
 
Grita la virgen: su genitor lúgubre, y a la vez        
su madre está allí, ambos desgraciados, pero más justamente ella,        
y no consigo auxilio sino, dignos del momento, sus llantos        
y golpes de pecho llevan y en el cuerpo atado están prendidos,        
cuando así el huésped dice: «De lágrimas largos tiempos   
quedar a vosotros podrían; para ayuda prestarle breve la hora es.        
A ella yo, si la pidiera, Perseo, de Júpiter nacido y de aquélla        
a la que encerrada llenó Júpiter con fecundo oro,        
de la Górgona de cabellos de serpiente, Perseo, el vencedor, y el que sus alas        
batiendo osa ir a través de las etéreas auras,   
sería preferido a todos ciertamente como yerno; añadir a tan grandes        
dotes también el mérito, favorézcanme sólo los dioses, intento:        
que mía sea salvada por mi virtud, con vosotros acuerdo».        
Aceptan su ley -pues quién lo dudaría- y suplican        
y prometen encima un reino como dote los padres.   
 
He aquí que igual que una nave con su antepuesto espolón lanzada        
surca las aguas, de los jóvenes por los sudorosos brazos movida:        
así la fiera, dividiendo las ondas al empuje de su pecho,        
tanto distaba de los riscos cuanto una baleárica honda,        
girado el plomo, puede atravesar de medio cielo,   
cuando súbitamente el joven, con sus pies la tierra repelida,        
arduo hacia las nubes salió: cuando de la superficie en lo alto        
la sombra del varón avistada fue, en la avistada sombra la fiera se ensaña,        
y como de Júpiter el ave, cuando en el vacío campo vio,        
ofreciendo a Febo sus lívidas espaldas, un reptil,   
se apodera de él vuelto, y para que no retuerza su salvaje boca,        
en sus escamosas cervices clava sus ávidas uñas,        
así, en rápido vuelo lanzándose en picado por el vacío,        
las espaldas de la fiera oprime, y de ella, bramante, en su diestro ijar        
el Ináquida su hierro hasta su curvo arpón hundió.   
Por su herida grave dañada, ora sublime a las auras        
se levanta, ora se somete a las aguas, ora al modo de un feroz jabalí        
se revuelve, al que el tropel de los perros alrededor sonando aterra.        
Él los ávidos mordiscos con sus veloces alas rehúye        
y por donde acceso le da, ahora sus espaldas, de cóncavas conchas por encima sembradas,   
ahora de sus lomos las costillas, ahora por donde su tenuísima cola        
acaba en pez, con su espada en forma de hoz, hiere.        
 
El monstruo, con bermellón sangre mezclados, oleajes        
de su boca vomita; se mojaron, pesadas por la aspersión, sus plumas,        
y no en sus embebidos talares más allá Perseo osando   
confiar, divisó un risco que con lo alto de su vértice        
de las quietas aguas emerge: se cubre con el mar movido.        
Apoyado en él y de la peña sosteniendo las crestas primeras con su izquierda,        
tres veces, cuatro veces pasó por sus ijares, una y otra vez buscados, su hierro.
 
Los litorales el aplauso y el clamor llenaron, y las superiores   
moradas de los dioses: gozan y a su yerno saludan        
y auxilio de su casa y su salvador le confiesan        
Casíope y Cefeo, el padre; liberada de sus cadenas        
avanza la virgen, precio y causa de su trabajo.        
Él sus manos vencedoras agua cogiendo lustra,   
y con la dura arena para no dañar la serpentífera cabeza,        
mulle la tierra con hojas y, nacidas bajo la superficie, unas ramas        
tiende, y les impone de la Forcínide Medusa la cabeza.        
La rama reciente, todavía viva, con su bebedora médula        
fuerza arrebató del portento y al tacto se endureció de él   
y percibió un nuevo rigor en sus ramas y fronda.        
Mas del piélago las ninfas ese hecho admirable ensayan        
en muchas ramas, y de que lo mismo acontezca gozan,        
y las simientes de aquéllas iteran lanzadas por las ondas:        
ahora también en los corales la misma naturaleza permaneció,
que dureza obtengan del aire que tocan, y lo que        
mimbre en la superficie era, se haga, sobre la superficie, roca.        
 
Para dioses tres él otros tantos fuegos de césped pone;        
el izquierdo para Mercurio, el diestro para ti, belicosa virgen,        
el ara de Júpiter la central es; se inmola una vaca a Minerva,   
al de pies alados un novillo, un toro a ti, supremo de los dioses.        
En seguida a Andrómeda, sin dote, y las recompensas de tan gran        
proeza arrebata: sus teas Himeneo y Amor        
delante agitan, de largos aromas se sacian los fuegos        
y guirnaldas penden de los techos, y por todos lados liras   
y tibia y cantos, del ánimo alegre felices        
argumentos, suenan; desatrancadas sus puertas los áureos        
atrios todos quedan abiertos, y con bello aparato instruidos        
los cefenios próceres entran en los convites del rey.        
 
Después de que, acabados los banquetes, con el regalo de un generoso baco   
expandieron sus ánimos, por el cultivo y el hábito de esos lugares        
pregunta el Abantíada; al que preguntaba en seguida el único        
[narra el Lincida las costumbres y los hábitos de sus hombres];        
el cual, una vez lo hubo instruido: «Ahora, oh valerosísimo», dijo,        
«di, te lo suplico, Perseo, con cuánta virtud y por qué   
artes arrebataste la cabeza crinada de dragones». 

        Peter Paul Rubens. Perseo liberando a Andrómeda, 1622

Rembrandt. Andrómeda encadenada a la roca, 1631

Pierre Puget. Perseo y Andrómeda, 1715

Théodore Chassériau. Andrómeda encadenada a la roca por las nereidas, 1840

Joseph Chinard. Perseo y Andrómeda, 1841

Eugène Delacroix. Perseo y Andrómeda, 1853

Gustave Moreau. Perseo y Andrómeda, 1867-1869

Gustave Doré. Andrómeda encadenada a una roca, 1869

Edward Burne-Jones. La roca de la perdición, 1885-1888
* Serie de Perseo

Edward Burne-Jones. El destino cumplido, 1888
*Serie de Perseo

Frederic Leighton. Perseo y Andrómeda, 1891

Tamara de Lempicka. Andrómeda, 1929

Gustave Moreau. Perseo y Andrómeda

lunes, octubre 08, 2012

 Tumba cámara  de Nefertari, 1298-1235 a.C
Escena: La Reina Nefertari jugando al Senet
Tumba QV66 del Valle de las Reinas
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viernes, octubre 05, 2012


Seré tuya sin ti el día que los sueños
alejen de mi senda tu mente creadora,
el día que tu sed
no pueda limitarse al hueco de mis manos.

¡Seré tuya aún sin ti! Dejaré de merecerte
en la cuna encendida que tejieron mis besos.
Se borrará en tus labios la forma de los míos,
y el cielo de tu vida
tendrá un color distinto al de mi corazón.

Pero sabré ser tuya sin nublar tu camino
con la huella indecisa de mi andar solitario.
Me ceñiré a tu sombra, y anudada por ella,
te iré dando en silencio lo más puro de mí.

¡Con qué amarga dulzura repetiré, ya sola,
esos gestos antiguos que pulió tu mirada!
Me seguirás teniendo igual que me quisiste
y acunaré en secreto tu amor eternizado.

Seré tuya sin ti
Ernestina de Champourcín

jueves, octubre 04, 2012



Un día de octubre, una voz familiar en el teléfono me dice: 
-Salí a la calle que hay un regalo para vos.
Entusiasmado, salgo a la vereda y me encuentro con el regalo. Es un precioso carruaje estacionado justo, justo frente a la puerta de mi casa. Es de madera de nogal lustrada, tiene herrajes de bronce y lámparas de cerámica blanca, todo muy fino, muy elegante, muy "chic". Abro la portezuela de la cabina y subo. Un gran asiento semicircular forrado en pana bordó y unos visillos de encaje blanco le dan un toque de realeza al cubículo. Me siento y me doy cuenta que todo está diseñado exclusivamente para mí, está calculado el largo de las piernas, el ancho del asiento, la altura del techo... todo es muy cómodo, y no hay lugar para nadie más.

Entonces miro por la ventana y veo "el paisaje": de un lado el frente de mi casa, del otro el frente de la casa de mi vecino... y digo: "¡Qué bárbaro este regalo! "
"¡Qué bien, qué lindo...!" 
Y me quedo un rato disfrutando de esa sensación.
Al rato empiezo a aburrirme; lo que se ve por la ventana es siempre lo mismo.
Me pregunto: "¿Cuánto tiempo uno puede ver las mismas cosas?" y empiezo a convencerme de que el regalo que me hicieron no sirve para nada.
De eso me ando quejando en voz alta cuando pasa mi vecino que me dice, como adivinándome:
-¿No te das cuenta que a este carruaje le falta algo?
Yo pongo cara de qué le falta mientras miro las alfombras y los tapizados.
-Le faltan los caballos - me dice antes de que llegue a preguntarle.
Por eso veo siempre lo mismo -pienso-, por eso me parece aburrido.
-Cierto - digo yo.
Entonces voy hasta el corralón de la estación y le ato dos caballos al carruaje. 
Me subo otra vez y desde adentro les grito:
-¡¡Eaaaaa!!

El paisaje se vuelve maravilloso, extraordinario, cambia permanentemente y eso me sorprende.
Sin embargo, al poco tiempo empiezo a sentir cierta vibración en el carruaje y a ver el comienzo de una rajadura en uno de los laterales.
Son los caballos que me conducen por caminos terribles; agarran todos los pozos, se suben a las veredas, me llevan por barrios peligrosos.
Me doy cuenta que yo no tengo ningún control de nada; los caballos me arrastran a donde ellos quieren. Al principio, ese derrotero era muy lindo, pero al final siento que es muy peligroso.
Comienzo a asustarme y a darme cuenta que esto tampoco sirve.
En ese momento veo a mi vecino que pasa por ahí cerca, en su auto. 
Lo insulto: -¡Qué me hizo!
Me grita:-¡Te falta el cochero!
-¡Ah! - digo yo.

Con gran dificultad y con su ayuda, sofreno los caballos y decido contratar un cochero. A los pocos días asume funciones. Es un hombre formal y circunspecto con cara de poco humor y mucho conocimiento.
Me parece que ahora sí estoy preparado para disfrutar verdaderamente del regalo que me hicieron. Me subo, me acomodo, asomo la cabeza y le indico al cochero adónde ir.
Él conduce, él controla la situación, él decide la velocidad adecuada y elige la mejor ruta.
Yo... Yo disfruto el viaje.

"Hemos nacido, salido de nuestra casa y nos hemos encontrado con un regalo: nuestro cuerpo.
A poco de nacer nuestro cuerpo registró un deseo, una necesidad, un requerimiento instintivo, y se movió. Este carruaje no serviría para nada si no tuviera caballos; ellos son los deseos, las necesidades, las pulsiones y los afectos.

Todo va bien durante un tiempo, pero en algún momento empezamos a darnos cuenta que estos deseos nos llegaban por caminos un poco arriesgados y a veces peligrosos, y entonces tenemos necesidad de sofrenarlos. Aquí es donde aparece la figura del cochero: nuestra cabeza, nuestro intelecto, nuestra capacidad de pensar racionalmente.
El cochero sirve para evaluar el camino, la ruta. Pero quienes realmente tiran del carruaje son tus caballos.
No permitas que el cochero los descuide. Tienen que ser alimentados y protegidos, porque... ¿qué harías sin los caballos? ¿Qué sería de vos si fueras solamente cuerpo y cerebro? Si no tuvieras ningún deseo, ¿cómo sería la vida? Sería como la de esa gente que va por el mundo sin contacto con sus emociones, dejando que solamente su cerebro empuje el carruaje. Obviamente tampoco podés descuidar el carruaje, porque tiene que durar todo el proyecto. Y esto implicará reparar, cuidar, afinar lo que sea necesario para su mantenimiento. Si nadie lo cuida, el carruaje se rompe, y si se rompe se acabó el viaje..."

 La alegoría del carruaje
Jorge Bucay
de "26 cuentos para pensar"
 .
 

miércoles, octubre 03, 2012

martes, octubre 02, 2012

lunes, octubre 01, 2012


Hoy hubiera cumplido 89 años...


Cuando el mirlo, en lo verde nuevo, un día
vuelve, y silba su amor, embriagado,
meciendo su inquietud en fresco de oro,
nos abre, negro, con su rojo pico,
carbón vivificado por su ascua,
un alma de valores armoniosos
mayor que todo nuestro ser.

No cabemos, por él, redondos, plenos,

en nuestra fantasía despertada.
(El sol, mayor que el sol,
inflama el mar real o imaginario,
que resplandece entre el azul frondor,
mayor que el mar, que el mar.)
Las alturas nos vuelcan sus últimos tesoros,
preferimos la tierra donde estamos,
un momento llegamos,
en viento, en ola, en roca, en llama,
al imposible eterno de la vida.

La arquitectura etérea, delante,

con los cuatro elementos sorprendidos,
nos abre total, una,
a perspectivas inmanentes,
realidad solitaria de los sueños,
sus embelesadoras galerías.
La flor mejor se eleva a nuestra boca,
la nube es de mujer,
la fruta seno nos responde sensual.

Y el mirlo canta, huye por lo verde,

y sube, sale por lo verde, y silba,
recanta por lo verde venteante,
libre en la luz y la tersura,
torneado alegremente por el aire,
dueño completo de su placer doble;
entra, vibra silbando, ríe, habla,
canta... Y ensancha con su canto
la hora parada de la estación viva.
y nos hace la vida suficiente.

¡Eternidad, hora ensanchada,

paraíso de lustror único, abierto
a nosotros mayores, pensativos,
por un ser diminuto que se ensancha!
¡Primavera, absoluta primavera,
cuando el mirlo ejemplar, una mañana,
enloquece de amor entre lo verde!

Mirlo fiel
Juan Ramón Jiménez