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lunes, abril 09, 2012

Lawrence Alma-Tadema. Escena pompeyana o La Siesta, 1868
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Música de los Templos

§. VI

21. Bien se sabe el poder que tiene la Música sobre las almas, para despertar en ellas, o las virtudes, o los vicios. De Pitágoras se cuenta, que habiendo con Música apropiada inflamado el corazón de cierto joven en un amor insano, le calmó el espíritu, y redujo al bando de la continencia, mudando de tono. De Timoteo, Músico de Alejandro, que irritaba el furor bélico de aquel Príncipe, de modo, que echaba mano a las armas, como si tuviera presentes los Enemigos. Esto no era mucho, porque conspiraba con el arte del agente la naturaleza del paso. Algunos añaden, que le aquietaba después de haberle enfurecido: y Alejandro, que jamás volvió a riesgo alguno la espalda, venía a ser fugitivo entonces de su propia ira. Pero más es lo que se refiere de otro Músico con Enrico II Rey de Dinamarca, llamado el Bueno; porque con un tañido furioso exacerbó la cólera del Rey, en tanto grado, que arrojándose sobre sus domésticos, mató a tres, o cuatro de ellos: y hubiera pasado adelante el estrago, si violentamente no le hubieran detenido. Esto fue mucho de admirar, porque era aquel Rey de índole sumamente mansa, y apacible.

22. No pienso que los Músicos de estos tiempos puedan hacer estos milagros. Y acaso tampoco los hicieron los antiguos; que estas Historias no se sacaron de la Sagrada Escritura. Pero por lo menos es cierto, que la Música, según la variación de las melodías, induce en el ánimo diversas disposiciones, unas buenas, otras malas. Con una nos sentimos movidos a la tristeza, con otra a la alegría: con una a la clemencia, con otra a la saña: con una a la fortaleza, con otra a la pusilanimidad; y así de las demás inclinaciones.
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Benito Jerónimo Feijoo 
 Teatro crítico universal 
Tomo primero. Discurso XIV
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