Catedral de León
La Catedral, ordinariamente, estaba anclada en el núcleo de aquellas primeras aglomeraciones de gente cuyas casas y barrios se apiñaban entorno a ella. Esta de León coincidía con el lugar geométricamente más alto y más oriental de la ciudad.
Se comenzó a construir, como era costumbre, por la cabecera, en dirección EO, para lo que fue preciso romper la muralla. Era, pues, lo primero que tocaba la luz, tanto por orientación como por altura.
Los mil ochocientos metros cuadrados de superficie que cubren, se distribuyen entre las siguientes unidades:
Tres grandes rosetones, de ocho metros de diámetro cada uno. Treinta y un ventanales altos, de cuatro huecos y dos lancetas laterales, excepto los del presbiterio que se reducen a tres y a dos. Cada uno mide doce metros de altura. Suman, en total, ciento doce huecos grandes y cuarenta y ocho lancetas. Sobre ellos hay ochenta y tres rosas polilobuladas. En las naves laterales hay cuarenta y ocho huecos y dieciocho rosas. Hay treinta y siete ventanales en la franja del triforio, de tres metros y medio de altos cada uno, con una cifra de ciento treinta y seis huecos y cuarenta y ocho lancetas. A ello tenemos que añadir multitud de enjutas, triángulos, las divisiones de los rosetones, etc.
Cada cristal, como una piedra preciosa, se convierte en fuente de mil matices coloreados y cargados de mensaje trascendente. No se sabe si la luz se hace palabra o si la palabra se transforma en luz; ésta, cuando penetra en el interior del templo. queda filtrada sin la materia blanca que la aproxima más al orden físico; es entonces cuando adquiere un sentido más profundo y revelador de la divinidad: imagen también del hombre que se deja iluminar y encarna la Palabra sin oponer obstáculo moral.
En este fenómeno se inspiraban los teólogos medievales que por entonces intentaban explicar con una fórmula perfecta el misterio de la Encarnación del Verbo en las entrañas virginales de María, "a la manera que un rayo de sol pasa por un cristal sin romperlo ni mancharlo".
Esta dimensión mística de la luz hay que tenerla muy en cuenta al intentar descubrir el verdadero contenido de la Catedral. Lo más importante de las vidrieras es la contribución a la sacralidad de su espacio.
Con toda probabilidad los primeros vidrieros que trabajaron en esta Catedral eran franceses, y centraron su labor en los huecos de las capillas de la girola. Durante el siglo XIII aparecen- varios nombres, algunos de los cuales relacionados con talleres burgaleses, traídos a León por el arquitecto Juan Pérez. Muchos se citan indirectamente, al figurar como testigos de contratos. Entre ellos, están Domingo (1214), Adam y Fernán Arnol (1263), Pedro Guillelmo (1246 y 1269). De ésta primera etapa se conservan varios paneles muy localizados y la vidriera de la "Cacería", que ocupa el quinto lugar de las altas, por el lado del evangelio. Lo restante se integra en composiciones, como ocurre con el árbol de Jesé, central del ábside, y la número treinta y uno, primera del lado del sur. También son de esta época varias rosas del rosetón del norte.
El siglo XIV nos oculta con un gran silencio los nombres de los vidrieros de la Catedral. No obstante, es de suponer que la actividad fuera intensa, ya que desde muy pronto estaban concluidas todas las tracerías. La industria del vidrio cobró gran desarrollo por aquellas fechas, tras haberse descubierto el amarillo de plata que potenciaba la multiplicidad de colores y matices. Los gremios de vidrieros iban en aumento. Por seguirse usando los vidrios pequeños y gruesos, la luz continuaba movilizándose más, aunque técnicamente se fuera avanzando hacia un innovador sentido pictórico sobre el cristal.
Del siglo XIV se cree que son las rosas de las naves laterales y la ojiva de sus vanos. Además, la mayoría de las que cierran el rosetón del norte y las naves altas del mismo lado.
En el siglo XV nos encontramos con abundante documentación, y tanto la estética como la técnica de determinadas series nos dan pie para hacer atribuciones bastante certeras. Por otra parte, los artistas estaban vinculados a determinados obispos, cuyos escudos aparecen en algunas vidrieras. Se habla, en los contratos, de mercaderes burgaleses, de artistas procedentes de Flandes y de Centroeuropa; de numerosas restauraciones y de vidrios; de compras de estaño y de plomo.
Un gran impulsor de toda esta actividad fue el obispo Juan de Villalón (1419-1424), quien prestó y dejó como donación parte de sus bienes para las vidrieras de la Catedral. Bajo su mecenazgo trabajó el maestro Arquer, a quien se atribuyen las del presbiterio y alguna del lado norte.
Bajo el obispo Alfonso de Cusanza estuvo en León Alfonso Díez, no sabemos si leonés o de Burgos. Se ocupó de las vidrieras durante nueve años, realizando varias del crucero, tanto norte como sur.
Durante la segunda mitad del siglo XV se fueron sucediendo, cuando no trabajaban a la vez, los maestros Valdovín, Annequín, Escalante y Nicolás Francés, entre otros. A ellos se deben casi todas las altas del costado sur y alguna de las capillas. Annequín, en concreto hizo la de la Virgen del Dado, sobre cartones de Nicolás Francés, ejecutor de los dibujos para otras muchas.
En el siglo XVI trabajaron hombres tan importantes como Diego de Santillana, que el año 1507 concluía los tres ventanales de la librería. Además de Rodrigo de Herreras que hizo de la Natividad en la capilla de la Virgen Blanca en 1565, hay referencias sobre Gregorio de Herreras, los Carrancejas, etc.
Durante los siglos XVII y XVIII, poco amigos de lo medieval, el interés se centró fundamentalmente en restaurar y poner remiendos a las existentes, que venían sufriendo graves deterioros, debidos, no solamente al desgaste del tiempo, sino también a los graves avatares a los que se vió sometida la arquitectura de este templo.
Así llegaríamos hasta la última década del siglo XIX, en que los arquitectos Bautista Lázaro y Juan Torbado emprendieron la ingente tarea de recomponer y restaurar la totalidad de los vidrios, actualizando en León un importante taller, en el que tuvieron gran protagonismo Guillermo Alonso Bolinaga, Alberto González, Marceliano Santamaría, etc. a este último se deben las que cierran el triforio por la parte del presbiterio, que alteran la uniformidad cromático del conjunto. La mayoría de los temas heráldicos de dicha zona, son también recreación del siglo XIX, y se refieren a familias, nobles o regiones que cooperaron en la restauración de la Catedral.